Son infinidad los escritores o filósofos que se han definido como futbolistas frustrados: Albert Camus, Mario Benedetti, Eduardo Galeano… genios de la cultura que seguramente hubiesen dado todo lo que lograron con su intelecto a cambio de haber llegado a ser futbolistas reconocidos. Incluso, quién sabe, si hubiesen sido tan finos con el balón como con la pluma quizás ambas cosas.
En el mundo de la música también hay casos de esto. Concretamente en el mundo del reggae son cantidad los cantantes que han vivido el fútbol con tanta pasión como los ritmos sincopados caribeños. No es de extrañar teniendo en cuenta la popularidad del fútbol en la isla de Jamaica. Y si hablamos de reggae a todos se nos viene a la cabeza un nombre.
La historia de Bob Marley comienza como la de miles y miles de jóvenes jamaicanos que tan bien refleja la película “The harder they come”. Una familia de una aldea agraria, Nine Miles, que apretados por el hambre se ven obligados a emigrar a los suburbios de Kingston en busca de trabajo para poder comer. Así es como a los 10 años y tras fallecer su padre, Bob llega junto a su madre a los ghettos de la empobrecida y hacinada capital de Jamaica. Con su madre buscando trabajos temporales, Bob ayuda en lo que puede, pero siempre con la mente puesta en buscar un rato para sus dos pasiones: Correr detrás de un balón hecho con cuatro trapos y escuchar los nuevos ritmos que llegan de E.E.U.U.
Pasan los años y Bob empieza a ser reconocido en su barrio (además de cómo un buen futbolista) como un buen músico. Toma clases al respecto y tras varios años de distintos trabajos malpagados logra, aún sin saberlo, comenzar a cimentar su sueño: forma el grupo The Wailers junto a sus amigos Peter Tosh y Bunny Livingston. Sigue buscándose la vida al margen de la música a la espera de caer en gracia a algún productor, y por supuesto, siempre sacando tiempo para disputar algún partido en el barrio. En 1965 los Wailers graban su primer disco y “Simmer Down” es su primer éxito. Tres jóvenes de pelo corto, afeitados y vestidos de traje para la ocasión graban el “The Wailing Wailers”. El año siguiente será muy ajetreado y supondrá un punto de inflexión en su vida. Tras casarse con su novia, Rita Marley, decide ir a visitar a su madre que había emigrado a EE.UU. junto a su nuevo marido en busca de mayor prosperidad. Allí mientras se gana la vida trabajando en cadenas de montaje también hace un hueco para el fútbol. En esta ocasión está más que justificado: por primera vez tiene la oportunidad de seguir un Mundial de fútbol, el de Inglaterra ’66. Meses después vuelve a Jamaica encontrando la isla cambiada. El emperador etíope Haile Selassie, máximo representante de la fe rastafari, había visitado Jamaica y miles de jamaicanos se vieron reflejados en su mensaje. Bob Marley también se impregna de ese discurso y se convierte a la fe llegada desde África, comenzando a lucir su icónico peinado rasta y a difundir esas creencias. El discurso espiritual contra la opresión blanca cala en la empobrecida población negra jamaicana y también en los Wailers como muestran sus siguientes discos.
Su carrera sigue. Los Wailers continúan grabando pero ahora influenciados por el rastafarismo, con unas letras más espirituales y religiosas. Así llegan “Soul rebel” o “400 years”. Con su visita a Inglaterra en 1972 llega el verdadero boom y adquieren una gran fama en Jamaica e incluso internacionalmente. Bob Marley y los Wailers son un referente, y no sólo musical, si no también espiritual e identitario para los rastafaris y los afroamericanos en general.
El año siguiente con otro disco publicado consiguen una gira por EE.UU. donde canta sus nuevos éxitos como “I shot the Sherriff” o “Get up, stand up”. El grupo se disuelve tras esta gira empezando la carrera en solitario de Bob Marley. Su éxito internacional sigue creciendo sobretodo a partir de la publicación del “No woman no cry” en 1975. Giras y más giras, actuaciones por la paz en Jamaica, y viajes, muchos viajes a Londres para grabar en la meca musical del momento, hasta el punto de llegar a afincarse allí (“Exodus”). No era el único cantante jamaicano en la capital inglesa. Allí se encuentra con viejos conocidos, otros jóvenes de la isla que también trataban de hacer carrera musical como Roy Ellis (Symarip). Otra ciudad y otras circunstancias, pero como si el tiempo no hubiese transcurrido pasan todas las tardes que pueden jugando a fútbol, rememorando sus tiempos en los ghettos de Kingston. Mantener ese viejo placer, ese viejo anhelo frustrado, le dio un gran disgusto a Marley. En esta ocasión se encontraba jugando un partido con algunos periodistas de Londres y otros amigos. Como solía hacer, arrancó desde la banda izquierda desbordando una vez más a su defensor, pero una dura entrada le impidió seguir la carrera. Pese a las quejas de rigor no le dio más importancia al golpe. Al pasar los días notó que algo sucedía con su pie y decidió ir al médico. Las noticias no podían ser peores: no sólo tenía el dedo gangrenado si no que además le descubrieron células cancerígenas en él. Pese a la gravedad de la situación desoyó los consejos médicos. Si la recomendación científica era la amputación, sus creencias rastafaris condenaban este acto y se negó a ello.
Este hecho supuso un nuevo punto de inflexión. Su música se hizo aún más espiritual, probablemente consciente de lo que estaba extendiéndose en su interior. Quizás este apremio le llevó a visitar por primera vez África y a identificarse con el panafricanismo vinculado a su religión. Los pocos años que le quedaban de vida los dedico a componer canciones frenéticamente, a extender su interpretación de la fe en Jah, y a seguir manifestándose contra las guerras y por la conciencia racial. Todo ello reflejado en sus últimos éxitos como “Buffalo soldier” y sobretodo “Redemption song”.
Pero no sólo se apagaba su música, también su otra gran pasión. Con el pie en ese estado se acabaron las cabalgadas por la banda, lo que ni la pobreza ni después la fama le obligaron a dejar, tenía que abandonarlo por su fe y la decisión que tomó en consecuencia. Sin embargo tuvo un último placer a este respecto. Argentina ’78 fue el último Mundial que pudo vivir y allí vio a la albiceleste levantar la Copa del Mundo. Su ídolo Ardiles, seguramente porque hacía un fútbol técnico parecido al suyo, y la propuesta atractiva de Menotti le enamoraron por última vez.
Hasta su fallecimiento en 1981 siguieron los conciertos desde Jamaica a Europa y África, llenando esos estadios que nunca pudo llenar como futbolista. Y es que además de no poder verlos llenos como futbolista, ni siquiera pudo paliar esa frustración con algún guiño al balón como hicieron Benedetti o Galeano, componiendo alguna canción que hablase de su otra gran pasión. Decidió que nunca se cruzasen aquellos dos caminos, para mantenerlos tan puros como el rastafarismo cree que debe permanecer el cuerpo.
Aunque hubo una excepción. En 1965 un desconocido trío jamaicano de ska miraba con curiosidad lo que sucedía en el fútbol inglés. Así Bob Marley, haciendo un guiño al futuro, dejó a un lado una religión que aún no había conocido para quedarse por una vez con aquellos dos placeres que le acompañarían toda su vida: el reggae y el fútbol.
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