domingo, 5 de abril de 2009

FIEL A LA CULTURA RASTAFARI

No son muchos. Se estima que no llegan a la centena de hermanos y hermanas en Puerto Rico. En el mundo, de hecho, sólo suman alrededor de un millón, según un estudio de la Universidad de Virginia.Uno de ellos es el cidreño Amílcar Centeno.Este joven de 33 años de edad vive íntegramente el rastafarismo que conoció cuando tenía 17.Eran los años fronterizos entre las décadas de los 80 y los 90 cuando promotores de reggae apostaron al ritmo al traer a la Isla artistas del apenas conocido género musical de origen jamaiquino, asociado con el rastafarismo.Con la música llegó el orden de vida rastafari a la Isla."La gente empieza a escuchar el mensaje (de las letras del reggae)”, recordó el seguidor del movimiento religioso.Luego llegaron fieles de las Antillas Menores a enseñar cómo es la vida rasta.“Así empezó el movimiento rastafari aquí”, sostuvo el joven, quien estimó en unos 50 el número de seguidores en la Isla.Amílcar fue uno de esos jóvenes que, atraídos por la música, comenzaron a indagar sobre las creencias del movimiento que “encaminó su vida a otro nivel”.En 1993 decidió no cortarse el cabello. Ya han pasado 16 años.Para él, su corona, como llaman a los dreadlocks, significa “el tiempo que he mantenido aquí dentro del sistema, que nosotros llamamos Babilonia, firme y fuerte... Significa que rastafari brilla en mí”.Cada tres días Amílcar lava sus dreadlocks, que usualmente están bañados con aceite de coco o de sábila. Su primer nudo tardó un año y un mes en salir. “Un rastaman como tal nunca va a querer cortar sus locks porque, de verdad, eso nos identifica”, destacó el supervisor en un establecimiento.Pero ser rastafari es mucho más que dreadlocks, reggae y ganja (marihuana), hierba sagrada que utilizan para “meditación y mantenernos tranquilos”, pese a que es una droga considerada ilegal.Durante fechas especiales en la Isla, la comunidad rasta se reúne en lugares armoniosos con la naturaleza para celebrar ceremonias religiosas caracterizadas por el cántico de tambores nyahbinghi, que van al ritmo de los latidos del corazón, y una fogata central símbolo de la purificación. “A veces estamos horas sin pararlo (el ritmo)”, comentó Amílcar, nacido y criado en el catolicismo.En la ceremonia participan rastafaris puertorriqueños y de las islas de Martinica, Santa Lucía, Santa Cruz y Saint Thomas.

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